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La alta tensión en conflictos regionales y el nuevo auge de la energía nuclear han resucitado el riesgo más temible del siglo XX: La Destrucción Mutua Asegurada.
Unas horas antes de las represalias de las tropas de Corea del Norte contra el ejército de su vecino del Sur (en la isla fronteriza de Yeonpyeong), el régimen comunista se preocupó de mostrar su gran baza para negociar con las grandes potencias: una planta de enriquecimiento de uranio dotada con 2.000 centrifugadoras y capaz de producir bombas atómicas.
Se trata de un ejemplo más de cómo la alta tensión en conflictos regionales y el nuevo auge de la energía nuclear han resucitado la amenaza más temible del siglo XX: La Destrucción Mutua Asegurada. Esta doctrina, concebida en el inicio de la Guerra Fría, servía para describir la situación en la que el uso de armamento nuclear por dos bandos opuestos desemboca, con total seguridad, en la desaparición del mapa de ambos contendientes (atacante y defensor).
En las últimas décadas han surgido tres puntos calientes en los que proliferan estas bombas de asolamiento masivo. Estos frentes están en Oriente Medio, asociado a los programas nucleares de Israel e Irán; los países de Asia Meridional, donde tanto India como Pakistán mantienen el desarrollo nuclear como eje de su política ante un conflicto entre ellos; y la propia península coreana, donde la dinastía comunista de Kim Jong-il ya desarrolló, en 2006, su primer ensayo militar nuclear con éxito.
Ahora, en el siglo XXI llega otro factor que agrava el problema: el renacimiento de la energía nuclear como fuente de suministro. Esto está impulsando nuevas técnicas de producción de uranio enriquecido que puede producir material militar. "La dualidad de la tecnología nuclear supone un desafío estratégico ya que los procesos de proliferación están alterando el contexto estratégico", advierte el politólogo Gonzalo Salazar en un informe del Real Instituto Elcano.
En este momento, según la Organización Internacional de la Energía Atómica, hay 440 reactores nucleares en todo el mundo y más de 60 en proceso de construcción.
Un movimiento que puede transferir a numerosos países la capacidad de producir uranio enriquecido, el combustible necesario para poner en marcha estas plantas energéticas y, en paralelo, fabricar armamento.
Un ejemplo de libro es Irán. Este país adquirió su capacidad nuclear de la mano de empresas rusas. Ya tiene dos plantas de enriquecimiento y proyecta construir otras diez. El régimen de Teherán está consolidando así un complejo programa nuclear con fines militares y sellando, a su vez, programas de cooperación con otros países, como Venezuela.
Con este panorama, no es de extrañar que en la última cumbre de la OTAN la disuasión nuclear volviera a estar en el primer plano de los debates. Aunque países como Alemania han hecho del desarme atómico una de sus banderas (su objetivo es hacer desaparecer las más de 200 bombas atómicas custodiadas en arsenales europeos), sus reivindicaciones no han tenido eco.
Naciones como Francia se niegan a perder su independencia atómica y, en un contexto como el actual, el nuevo concepto estratégico de la Alianza Atlántica señala que "mientras existan armas nucleares, la OTAN será una coalición nuclear".
Por lo tanto, a pesar de recientes esfuerzos como la Cumbre Mundial sobre el Desarme Nuclear, celebrada este mismo año, quienes amenazan con una gran hecatombe atómica no quieren esconder sus garras.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
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