Nucleares, ¿sí, no o qué?
Manuel Lozano Leyva | Actualizado 20.02.2011 - 01:00UNA vez más se ha reavivado la absurda polémica en torno a la energía nuclear por el supuesto (obvio) cambio de criterio del Gobierno. La polémica es absurda porque se ha ideologizado un asunto técnico. ¿Por qué a nadie se le ocurre adscribir una ideología al transporte aéreo y sí a la energía nuclear? ¿Por qué se asocia el movimiento antinuclear con el progresismo? Es un misterio, pero quizá en la actualidad se deba a que quien después de mucho tiempo izó de nuevo la bandera nuclear fuera el temible George W. Bush. Pero resulta que Obama ha relanzado el programa nuclear norteamericano con bríos inusitados incluso para los conservadores. Antes lo había hecho Lula en Brasil, por lo que el supuesto derechismo de lo nuclear se tambalea.
En España el asunto lo agudizó nada menos que ETA, al atacar Lemóniz asesinando cruelmente a dos de sus directores y provocando que Felipe González detuviera el ambicioso programa nuclear español. El propio ex presidente confiesa ahora que esa fue la causa principal de lo que considera uno de los mayores errores que cometió: la moratoria nuclear. Por estrambótico que resulte, a ETA se la sigue identificando con el izquierdismo.
A la energía nuclear no la ha defendido nadie en este país, ni siquiera los franquistas en sus inicios, y la cantidad de tópicos y mentiras sin respuesta que se han acumulado sobre ella han hecho un efecto tremendo. Aún hay quien manifiesta en medios de comunicación serios que el accidente de Chernóbil produjo cientos de miles de muertos y un número infinito de afectados para las generaciones venideras. Si alguien osa esgrimir contra tal espantajo los informes de la ONU, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional de la Energía Atómica (premio Nobel de la Paz), todos coincidentes entre sí, demostrando que aquello produjo 57 muertos y unos 4.000 afectados con una supervivencia de entre el 94 y el 96% y ninguna secuela para el futuro, lo acusan sin pudor de difamador a sueldo de la industria nuclear.
Y hay gente que se lo cree, incluyendo el presidente del Gobierno, sobre todo si le dicen que la energía nuclear es perfectamente sustituible por las renovables. Éstas sí que para ellos son de izquierdas aunque el desarrollo eólico se iniciara bajo los gobiernos de Aznar, los huertos solares se instalen en las tierras de los que las poseen y las centrales hidráulicas, las renovables más importantes, las inauguró todas Franco. Y, por supuesto, nadie le da la importancia que tiene al hecho poco discutible de que, respectivamente, el viento sople cuando el dios Eolo lo decida, todos los días tengan sus noches y algunos estén nublados, y la pluviosidad varíe cada año. O sea, que hay que estar loco para creerse que podemos aviarnos sólo con paneles solares, molinos y presas.
Naturalmente, en el Ministerio de Industria hay ingenieros que con paciencia le demuestran al ministro que las cosas no son como tres o cuatro ignorantes enardecidos le han dicho a Jesús Caldera, interlocutor directo del presidente en estos asuntos. Por ejemplo, que Santa María de Garoña produce a razón de 23 euros el Megavatio hora y los huertos solares a 433. Y que Obama, a montones de centrales gemelas a aquella, les ha prorrogado la vida hasta los sesenta años. Las grandes empresas tampoco ponen de su parte, porque es mucho más cómodo, agradecido y rentable a corto plazo dedicarse a las renovables, con subvención inmediata y abundante, que invertir en la energía nuclear. Se produce así un curioso maridaje entre los más grandes empresarios y los ecologistas. Los cuales, por cierto, también andan desconcertados. En España apenas se nota la división, pero por ahí ya hay que distinguir entre ecologistas pro y anti nucleares. Por ejemplo, uno de los fundadores de Greenpeace, James Lovelock, y el anterior director general de la multinacional ecologista en el Reino Unido, Stephen Tyndale, ahora apoyan la energía nuclear ardorosamente uno y con firmeza el otro.
En este contexto, el cambio de rumbo del presidente del Gobierno es menos censurable de lo que le critican los del PP, porque éstos también han demostrado su oportunismo y desconcierto. Su secretaria general abominó de instalar el ATC en la comunidad autónoma que aspira presidir. Y el inverosímil Camps también rechazó que se instalara en el municipio valenciano que el Ministerio consideró más apropiado.
En este país se produce energía nuclear desde hace décadas de manera rentable y segura (ni un afectado hasta ahora) y el espectacular desarrollo de fuentes renovables está tocando a su fin, no sólo por razones económicas sino de estabilidad de la red. La alternativa es simple: o desarrollamos la energía nuclear o seguiremos dependiendo del carbón, el gas y el petróleo. Lo peor puede que no sea que todos son contaminantes, sino que el primero no es competitivo, el segundo nos lo suministra en su mayor parte Buteflika (hasta ahora elegido por el 92% de los votos) teniendo reservas sólo para seis días (ha leído) y sobre los dueños del petróleo mejor no hablar.
Si alguien está aburrido ya de la polémica nuclear, que no se preocupe porque ha de saber que se impondrá el sentido común o se impondrá la historia. O sea, que en el futuro tendremos energía nuclear abundante, relativamente barata y segura le pese hoy a quien le pese.
En España el asunto lo agudizó nada menos que ETA, al atacar Lemóniz asesinando cruelmente a dos de sus directores y provocando que Felipe González detuviera el ambicioso programa nuclear español. El propio ex presidente confiesa ahora que esa fue la causa principal de lo que considera uno de los mayores errores que cometió: la moratoria nuclear. Por estrambótico que resulte, a ETA se la sigue identificando con el izquierdismo.
A la energía nuclear no la ha defendido nadie en este país, ni siquiera los franquistas en sus inicios, y la cantidad de tópicos y mentiras sin respuesta que se han acumulado sobre ella han hecho un efecto tremendo. Aún hay quien manifiesta en medios de comunicación serios que el accidente de Chernóbil produjo cientos de miles de muertos y un número infinito de afectados para las generaciones venideras. Si alguien osa esgrimir contra tal espantajo los informes de la ONU, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional de la Energía Atómica (premio Nobel de la Paz), todos coincidentes entre sí, demostrando que aquello produjo 57 muertos y unos 4.000 afectados con una supervivencia de entre el 94 y el 96% y ninguna secuela para el futuro, lo acusan sin pudor de difamador a sueldo de la industria nuclear.
Y hay gente que se lo cree, incluyendo el presidente del Gobierno, sobre todo si le dicen que la energía nuclear es perfectamente sustituible por las renovables. Éstas sí que para ellos son de izquierdas aunque el desarrollo eólico se iniciara bajo los gobiernos de Aznar, los huertos solares se instalen en las tierras de los que las poseen y las centrales hidráulicas, las renovables más importantes, las inauguró todas Franco. Y, por supuesto, nadie le da la importancia que tiene al hecho poco discutible de que, respectivamente, el viento sople cuando el dios Eolo lo decida, todos los días tengan sus noches y algunos estén nublados, y la pluviosidad varíe cada año. O sea, que hay que estar loco para creerse que podemos aviarnos sólo con paneles solares, molinos y presas.
Naturalmente, en el Ministerio de Industria hay ingenieros que con paciencia le demuestran al ministro que las cosas no son como tres o cuatro ignorantes enardecidos le han dicho a Jesús Caldera, interlocutor directo del presidente en estos asuntos. Por ejemplo, que Santa María de Garoña produce a razón de 23 euros el Megavatio hora y los huertos solares a 433. Y que Obama, a montones de centrales gemelas a aquella, les ha prorrogado la vida hasta los sesenta años. Las grandes empresas tampoco ponen de su parte, porque es mucho más cómodo, agradecido y rentable a corto plazo dedicarse a las renovables, con subvención inmediata y abundante, que invertir en la energía nuclear. Se produce así un curioso maridaje entre los más grandes empresarios y los ecologistas. Los cuales, por cierto, también andan desconcertados. En España apenas se nota la división, pero por ahí ya hay que distinguir entre ecologistas pro y anti nucleares. Por ejemplo, uno de los fundadores de Greenpeace, James Lovelock, y el anterior director general de la multinacional ecologista en el Reino Unido, Stephen Tyndale, ahora apoyan la energía nuclear ardorosamente uno y con firmeza el otro.
En este contexto, el cambio de rumbo del presidente del Gobierno es menos censurable de lo que le critican los del PP, porque éstos también han demostrado su oportunismo y desconcierto. Su secretaria general abominó de instalar el ATC en la comunidad autónoma que aspira presidir. Y el inverosímil Camps también rechazó que se instalara en el municipio valenciano que el Ministerio consideró más apropiado.
En este país se produce energía nuclear desde hace décadas de manera rentable y segura (ni un afectado hasta ahora) y el espectacular desarrollo de fuentes renovables está tocando a su fin, no sólo por razones económicas sino de estabilidad de la red. La alternativa es simple: o desarrollamos la energía nuclear o seguiremos dependiendo del carbón, el gas y el petróleo. Lo peor puede que no sea que todos son contaminantes, sino que el primero no es competitivo, el segundo nos lo suministra en su mayor parte Buteflika (hasta ahora elegido por el 92% de los votos) teniendo reservas sólo para seis días (ha leído) y sobre los dueños del petróleo mejor no hablar.
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Fuente:
Difundan libremente este artículo
CONSULTEN, OPINEN , ESCRIBAN .
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
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